El silencio que tanto echamos de menos en la cotidianeidad, se ha vuelto inquietante durante el aislamiento. En lugar de transmitir calma, quietud, tranquilidad, en esta ocasión transmitía preocupación, incertidumbre, miedo y tristeza. Solo se rompía con las salvas de aplausos para agradecer la labor de los servicios sanitarios y de otros profesionales que han cuidado de nosotros y han posibilitado un cierto aire de normalidad. Y como nunca llueve a gusto de todos, los Servicios municipales han recibido quejas de vecinos molestos con el ruido que otros vecinos producían para aliviar el peso del silencio. Para salir de esta espiral y olvidar por un momento esta dinámica dolorosa, les voy a contar la historia de la lucha ciudadana contra el ruido entresacada de un artículo de Nicholas Carr. En 1906, Julia Barnett Rice, una médica neoyorkina rica y filántropa, fundó la Sociedad para la Suspresión del Ruido Innecesario. Rice estaba harta de los cerca de 3000 bocinazos que cada noche emitían los remolcadores del río Hudson, la mayoría totalmente innecesarios. Rice lanzó una campaña ciudadana, legal y política apoyándose en los efectos perniciosos contra la salud del insomnio causado por el ruido. Ganó la batalla y las noches fueron más apacibles y tranquilas a orillas de todos los ríos americanos. Animada por esta victoria, la Sociedad creada por Rice amplió su radio de acción y logró silenciar también a otros generadores de contaminación acústica. Cuando pase cerca de un hospital y vea la señal de “Silencio, hospital” o “Prohibido tocar la bocina”, acuérdese de la doctora Rice (Esta directriz se rompe estos días durante unos minutos cuando policías y ambulancias ponen sus sirenas a todo volumen para agradecer la labor de los profesionales sanitarios). El éxito de Rice fue efímero y su Sociedad cayó en el olvido con la llegada de un nuevo y poderoso generador de ruido: el automóvil. Como dice Carr, “el rugido del tráfico motorizado pronto ahogó las protestas de los bienechores”. El tráfico se ha convertido en la fuente de ruido más nociva y ubicua en todo el mundo. Aguantar más de 5 días el estruendo de sirenas y bocinas en Manhattan es complicado y enervante. Según la OMS el ruido de los coches causa más daño a la salud que el humo de los tubos de escape, aunque es posible que hoy en día esta afirmación no sea políticamente correcta. La salud mental, acústica y cardiovascular son las más afectadas. Sin embargo, cuando se pregunta a la gente por los ruidos que más le molestan, no señalan el tráfico sino los ladridos del perro del vecino. Parece exagerado, pero la verdad es que hay perros muy desagradables y latosos por el tono y la frecuencia de sus ladridos. En realidad, suelen ser el reflejo de sus dueños. O eso dicen los adiestradores.
El ruido parece ser el precio que pagamos por el progreso. De hecho, estamos ya adaptados al ruido. Pero el silencio nos puede, nos aplasta, en especial cuando es algo no buscado, no deseado. Ahora nos toca experimentar el silencio como muestra de responsabilidad individual y de solidaridad con nuestros conciudadanos. Búsquele el lado positivo, beneficioso, y aprovéchelo para hacer eso que no puede hacer en el día a día: estar con usted mismo, reflexionar o leer. Por cierto, ¿adivinan quien fue la primera persona que condujo un coche por Manhattan? El marido de la doctora Rice, un loco apasionado del volante. Y este fue el irónico final de la historia de la Sociedad para la Supresión del Ruido Innecesario. ¡Animo!