Séptima: rendir cuentas con transparencia

Los que acertaron con el SARS, ahora se han equivocado. La inacción ha tenido consecuencias trágicas. La rendición de cuentas y la asunción de responsabilidades
son valladares de la democracia. Luz y taquígrafos. El psicólogo cognitivo Steven Pinker debe rendir cuentas al astrónomo real, Sir Martin
Rees. En 2003, Rees calculó que la posibilidad de que un bioerror o un acto de bioterrorismo causara una pandemia en 2020 era de un 50% (algunos colegas estimaron
un riesgo aún mayor). Apostó 200 dólares y Pinker la aceptó. Rees representa al sector pesimista de la futurología científica, mientras que Pinker lidera el ala optimista y
sostiene con datos que la visión de que el mundo es cada vez peor es errónea y achacable a los medios y las redes que amplifican lo negativo. La pandemia no ha sido
fruto de un error o de bioterrorismo, pero Pinker pagará los 200 pavos. El gerontólogo De Grey también debe rendir cuentas, en este caso a sus fans de la Singularidad, un
movimiento que augura un futuro de seres humanos inmortales, con genomas y cerebros mejorados, en manos de una superinteligencia. Uno de sus apóstoles es De Grey que
defiende que el envejecimiento es una enfermedad (con pocas pruebas, mucho dinero y mucha propaganda). En 2016 afirmó que “las pandemias pueden no ser nuestro futuro
después de todo”.
El ministro Marlaska declaró que al Ejecutivo puede demandársele autocrítica, reevaluación y rendición de cuentas, pero no arrepentimiento. Y se preguntó si “alguien
es capaz de culpabilizar al Gobierno de la nación, a los Gobiernos autónomos o a cualquier Gobierno del mundo de una pandemia global”. El político esgrime la
culpabilidad para ocultar la responsabilidad. Marlaska tiene razón en que ningún Gobierno es culpable de la pandemia. Ni el chino lo es. El culpable es el virus. ¿Y la
responsabilidad? El “visto lo visto, todos llegamos tarde” del ministro Illa no es argumento para cerrar la crisis sin rendir cuentas ni dirimir responsabilidades. Llegar
antes lo hubiese cambiado todo. ¿Por qué se llegó tarde? Según la web del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, dependiente del Ministerio de
Sanidad, su misión es “coordinar la gestión de la información y apoyar en la respuesta ante situaciones de alerta o emergencia sanitaria nacional o internacional que
supongan una amenaza para la salud de la población. Es, además, la unidad responsable de la elaboración y desarrollo de los planes de preparación y respuesta para hacer frente
a las amenazas de salud pública”. Por lo tanto, de su gestión (análisis de información, diseño de escenarios y toma de decisiones) depende el impacto de una amenaza en la
salud pública del país. La OMS lanzó la primera alerta internacional el 31 de enero y el Gobierno cerró y paró el país el 14 de marzo. El trágico balance deja patente el fracaso
de la cadena de decisiones en ese fatídico febrero, cuando se estimó que iba a haber “unos pocos casos”. La posterior gestión de la catástrofe tuvo claroscuros
comprensibles. Por salud democrática, Suecia ha puesto en marcha una auditoría independiente sobre la prevención y la gestión de la crisis. No es psicoterapia ni
predicción del pasado, sino un análisis retrospectivo de los hechos con el fin de aprender, evitar su repetición y transparentar las cuentas a rendir. La ciudadanía sueca
construirá un relato sin manipulación propagandística. Aquí el Gobierno se comprometió, pero, ¿imitará al sueco o se hará el sueco?