Durante la COVID, la deontológica Medicina ha tenido que asumir tesis utilitaristas y aplicar el triaje.
- La decisión se toma tras ponderar todos los factores que determinan la supervivencia.
- La jerarquía eclesiástica debería entender que la Medicina salva vidas y nunca mata.
También en cuestiones médicas hay dos iglesias. La real atiende a enfermos con paludismo o disentería en las misiones, a los desfavorecidos en los arrabales de las ciudades y en los locales de Cáritas, a los drogadictos en los centros especializados y a los presidiarios en las cárceles. La oficial atiende otras “patologías” y aplica “terapias”, como la terapia de conversión sexual, el exorcismo para extraer los demonios que invaden el cuerpo o la inmersión en aguas milagrosas, todas ellas sin base científica y que pueden perjudicar a quien las recibe. Y se “preocupa” por la composición de las vacunas.
La pandemia lo ha vuelto a poner de manifiesto. Mientras la iglesia de base ha estado en primera línea y ha sufrido bajas por ayudar a personas contagiadas, la jerarquía ha desentonado. El cardenal Osoro, Arzobispo de Madrid, fue entrevistado por la cadena de radio episcopal. A la pregunta “¿Qué le parecen esas informaciones que circulan sobre poner la edad como criterio para salvar o no salvar la vida?”, Osoro repondió “Terribles. No pueden existir. Solo Dios es dueño de la vida. Poner edades es, por supuesto, matar”. Es una lástima que, en plena pandemia, Dios desertara de las UCIs para tomar la decisión, que, dicho sea de paso, no se toma por razones meramente etarias, sino tras ponderar todos los factores que determinan la posibilidad de supervivencia. Al inicio de la pandemia comenzaban a conocerse los resultados de los primeros estudios realizados en Wuhan. En la primera serie publicada se incluyeron 191 pacientes y se encontró que la mortalidad fue muy superior en personas de edad avanzada y con alguna enfermedad cardiopulmonar. En estudios posteriores se añadieron otros factores como obesidad, demencia o diabetes. Conociendo esto, imagine un aluvión de pacientes, todos graves y subsidiarios de aferrarse a la vida mediante un respirador. Pero, no hay suficientes respiradores. ¿Qué se debe hacer? Es un dilema ético, moral, de los que se enseñan en la facultad de Filosofía y de Neurociencias Cognitivas, y que, por desgracia, ha pasado de teórico a real. Ningún dilema tiene una solución sencilla y despacharlo como lo hace el cardenal, calificando la decisión como “matar”, es irreflexiva. Supongo que está hecha desde la óptica dogmática del católico y que en realidad no quiso decir que el médico que decide, mata.
Hay dos escuelas de pensamiento. La deontológica de Kant defiende que si algo está bien, está bien y si está mal, está mal, sin entrar en matices ni valorar las consecuencias. La dignidad de la persona es su esencia. Pero, como la vida es más compleja (por ejemplo, existe la defensa propia), Bentham, otro pensador magistral, impulsó la filosofía utilitarista. Esta corriente sostiene que el resultado final de hacer el bien al mayor número posible de personas debe guiar la decisión. También tiene sus pegas y Rawls introdujo una visión intermedia que sopesa las circunstancias de cada caso. Así, en una catástrofe, la Medicina, práctica deontológica por antonomasia, debe asumir tesis utilitaristas con el fin racional de salvar el mayor número de vidas y de años con calidad de vida. Si no se hiciera, morirían más personas. En tiempo de normalidad, con camas y equipos suficientes, ingresan en UCI personas con escasas posibilidades de sobrevivir con buena calidad de vida. Pero, cuando faltan recursos, el médico aplica el triaje en base a criterios de racionalidad que trascienden toda ideología, todo dogma. El único fin, repito, es salvar el mayor número posible de vidas. Este cambio de paradigma, de modo de actuación, supone una ruptura de la mentalidad médica: salvar una vida aunque las posibilidades de supervivencia sean mínimas. Y cuando no se puede y no se debe actuar de esta manera, se desgarra el corazón y se produce una profunda tristeza. Por favor, antes de juzgar, recuerden las lágrimas de los médicos, y los sanitarios en general, por esta circunstancia. El médico y músico polaco Andrzej Szczeklik en su hermosísimo libro Core habla sobre el necesario equilibrio entre la empatía y la distancia para ejercer la medicina. Argumenta que “los médicos, tenemos el deber de ponernos una coraza, pues de otro modo no soportaríamos tanta miseria y sufrimiento a nuestro alrededor. De otro modo, el médico se echaría a llorar con su paciente y una hora después de empezar su jornada ya estaría desarmado. Esa coraza la llevamos puesta todos los días, tanto médicos como enfermeras” Pues bien, la pandemia ha destrozado miles de corazas.
En resumen, actuar de acuerdo a unos protocolos que maximizan las posibilidades de éxito vital no es sinónimo de matar a nadie, ni de usurpar el papel de Dios. Monseñor Osoro debería comprenderlo porque seguro que haría lo mismo.