El primer cerebro moderno.

Hace 1.6 millones de años cambió la forma del surco orbitofrontal implicado en el lenguaje y la destreza manual.

  • “En biología nada tiene sentido si no es a la luz de la evolución”. T Dobzhansky.
  • El dominio del fuego y la comunicación facilitaron la cohesión de grupos con actividades cada vez más complejas
  • La evolución no tiene fin ni final.

El cerebro humano se distingue del de otros animales, en especial de nuestros primos en términos evolutivos, los primates homininos (chimpancés, orangutanes, bonobos y gorilas), por ser más grande, con una corteza cerebral más gruesa y extensa y con más neuronas formando redes más complejas. ¿Cuándo apareció el primer cerebro similar al que poseemos hoy en día? Los paleontólogos utilizan los moldes craneales que descubren en los yacimientos para extrapolar cómo era la forma del cerebro que los habitaba. Tras morir, el cerebro no se conserva, no puede fosilizarse, pero el estudio de su huella en la cara interna del cráneo es una fuente de información útil y fiable para conocer sus paulatinas transformaciones. La investigación más reciente es la del grupo de la boliviana M Ponce de León que examinó los moldes de 39 cráneos de miembros del género Homo que vivieron entre 70.000 y 2 M de años. Encontraron que la morfología del surco orbitofrontal variaba con el tiempo. Este surco alberga al área de Broca, esencial para el lenguaje y para la destreza manual. El cambio más llamativo en su forma se produjo hace 1.6 M de años. Era una época de transición en la población (de H erectus y H ergaster  a H heilderbengensis) y en la fabricación de utensilios (las lascas del periodo artístico olduvayense daban paso a las sofisticadas bifaces achelenses). Con todo esto, Homo dominó el fuego y lo utilizó para cocinar alimentos, en especial la carne, y promover la cohesión social con charlas alrededor de una hoguera. Es decir, el cerebro fue creciendo a medida que aumentaban las capacidades y habilidades de las diferentes especies del género Homo. De los 600 cc del H. habilis a los 900 cc del H. erectus y H ergaster, los 1200 cc de H heidelbergensis y finalmente a los 1400 cc de neandertales y sapiens. Según los expertos, la secuencia de hechos comenzó con el bipedismo, seguido por el uso de las manos con precisión para fabricar utensilios que permitieron cazar, dominar del fuego y comunicarse por gestos y culminó con el lenguaje oral que facilitó el pensamiento jerarquizado y la organización cohesionada de grupos en actividades cada vez más complejas. El desarrollo del cerebro se disparó a partir de ese momento hasta adquirir el tamaño, la estructura y la complejidad del que actualmente llevamos entre las orejas.

La cuestión es si fue antes el huevo o la gallina. ¿Los cambios cerebrales son la causa o la consecuencia de los cambios ambientales y los avances tecnológicos, plasmados en los utensilios? El biólogo neodarwinista T Dobzhansky dijo que “la evolución humana tiene dos componentes, lo biológico u orgánico y lo cultural o superorgánico. Estos no son ni mutuamente excluyentes ni independientes, sino que se interrelacionan y son interdependientes. La evolución humana no puede entenderse como un proceso puramente biológico ni tampoco puede describirse adecuadamente como historia cultural. Es la interacción de la biología y la cultura”. Y concluyó con su frase más célebre: “En biología nada tiene sentido si no es a la luz de la evolución”. La evolución no tiene fin ni final. Evolucionamos, ahora más a través de la cultura que de mutaciones genéticas, en un viaje apasionante sin propósito, sentido, dirección ni destino concretos. En palabras de EO Wilson “las mutaciones proponen y el ambiente dispone”.

¿Cómo era el cerebro de los anteriores miembros del género Homo? El estudio de fósiles de entre 2 y 3.8 M de años cuando los australopitecus y H habilis habitaban la Tierra, indica que su cerebro era pequeño (450-600 cc) y tan primitivo como el de chimpancés y gorilas. Sin embargo, los Homo que vivieron hace 1.8 M de años, antes de la “explosión transformadora del fuego”, también fabricaban herramientas, cazaban y salieron de África. De hecho, los restos fósiles hallados en Dmanisi (Georgia) constatan que vivían en grupos y que sentían compasión por sus congéneres, tal y como demuestra el cráneo de un anciano desdentado que no hubiese podido sobrevivir sin ayuda ni recursos en un clima gélido. El puzzle sigue sin estar resuelto.