Reducir la desigualdad y erradicar la pobreza son retos globales. La crisis agrandará la brecha. El estrés que provocan tiene graves consecuencias para la salud.
Abraham Maslow plasmó en su famosa pirámide una jerarquía de necesidades humanas. En la base están las más básicas (comida, techo, salud,..); el siguiente peldaño lo ocupa la necesidad de seguridad y protección. Más arriba se sitúan las necesidades sociales (amistad y afecto). En un plano superior residen las necesidades de estima y en la cúspide está la autorrealización. El ser humano busca satisfacer deseos más elevados cuando asegura los básicos. La desigualdad puede originarse en cualquiera de las capas descritas, pero lo más habitual es referirse a la causada por motivos económicos que causa pobreza, pone en riesgo la cobertura de las necesidades básicas y que, cuando es extrema, hace invisible y excluye del futuro a quien la sufre. Son “los nadies” del poema de Galeano.
Esta crisis económica ensanchará la brecha. En la anterior recesión, el índice Gini, exponente de la desigualdad, aumentó en países occidentales a costa de la pobreza y la riqueza extremas. Los datos mundiales de la ONU y los locales de Cáritas confirman la agudización de la pobreza: muchas personas lo pasan muy mal para llegar a final de mes. O, simplemente, no llegan. La desigualdad y la pobreza causan desesperanza, privan de libertad y repercuten en la salud. La razón comúnmente esgrimida es que se vive en ambientes más propensos a la enfermedad (consumo de tóxicos, mala alimentación,..) y con un acceso más limitado a los servicios sanitarios. Sin embargo, esto no lo explica todo y se señala al estrés como un factor primordial. El estrés mina la salud física y mental y acorta la vida. La psicóloga Nancy Adler, afirma que la salud de la persona pobre no depende tanto de serlo como de creer serlo. La pobreza en medio de la abundancia afecta más a la salud que la pobreza en sí misma porque la desigualdad se hace más patente. Esta realidad puede propiciar soluciones desenfocadas, como la ilustrada por el cuento de Piotr y Boris. Ambos compartían miserias: pobreza, hambre, sed y frío. Boris tenía una cabra famélica y que no daba leche. Preguntaron a Piotr qué es lo que le haría más feliz y su respuesta fue: “Que se muera la cabra de Boris”. Piotr entendía que aquella cabra era el elemento que generaba desigualdad entre ambos. Pero no; la solución no es que se muera la cabra, sino minimizar la inequidad reduciendo la pobreza. Bruce Boghosian, de la Universidad de Tufts, aplicó modelos matemáticos y físicos, como el de “venta de segunda mano”, para demostrar que la desigualdad siempre crece en una economía de mercado, aunque disminuya el índice de pobreza. Hoy celebraríamos esta posibilidad porque la realidad es que al generar poco, hay menos que repartir.
Más allá de las revueltas, fruto de la injusticia, la alienación y la indignación, cuanto menos equitativa es una sociedad, mayor es la desafección política e institucional y peor es la calidad de vida de todos sus miembros, ricos y pobres. Sergio Fajardo, ex alcalde de Medellín, cambió la ciudad con un programa de inversión en las zonas más desfavorecidas. Decía que “la gente no quiere favores, quiere oportunidades. No quiere sobrevivir, quiere prosperar”. Discrepancias ideológicas aparte, para lograrlo y huir de la “trampa de la pobreza” (estrategias de ayuda populistas que no sacan a la gente de la pobreza), es preciso generar y redistribuir. La política económica debe contemplar ambas facetas por salud democrática.