COVID Persistente

Mujer de 50 años con antecedentes de haber pasado pocos meses antes una COVID suave (fiebre, dolor de cabeza, pérdida de olfato, tos, etc), comienza con cansancio excesivo, dolores erráticos, sensación de aturdimiento mental o niebla mental, dificultades en concentrarse y realizar tareas cotidianas, confusión, olvidos, dificultad en encontrar palabras, nerviosismo y tristeza. Todo ello provoca una gran inseguridad en su día a día. Este es el retrato robot de las personas que sufren una COVID persistente o síndrome post-COVID, del que todavía se ignoran muchos aspectos. De hecho, muchas veces es atendida por personal médico que no encuentra nada en la exploración, lo cual es interpretado por el paciente como incomprensión. Y nada más lejos de la realidad. No es incomprensión; es fruto de la incertidumbre que acarrea la ignorancia. Por ejemplo, no se sabe su incidencia exacta. Otros virus, como el de la gripe, los enterovirus o el herpes, también provocan un cuadro parecido. Lo que sucede es que la COVID ha afectado a tantas personas que los casos de COVID persistente son muy abundantes. También se sabe que no solo afecta a mujeres en la edad media de la vida, sino que también puede afectar a varones, jóvenes y ancianos. Y hay muchos más síntomas que los que se han descrito aquí: Cada paciente suele referir una media de diez síntomas.

Un hecho intrigante es el mecanismo por el que un virus que afecta básicamente a las vías respiratorias acaba atacando también al sistema nervioso. Durante la fase aguda los pulmones son la diana del virus y su invasión conduce a dificultades respiratorias con necesidad de oxígeno y, en algunos casos, ventilación mecánica en la UCI. En esta fase aguda también se agrede al sistema nervioso y son frecuentes los ictus y la inflamación del encéfalo y las raíces nerviosas. Pero, ¿por qué razón sigue afectando al sistema nervioso una vez que la infección aguda se ha superado? ¿Cómo lo hace? La resolución de estas dos interrogantes es crítica para plantear tratamientos resolutivos y eficaces. Al día de hoy se piensa que la clave puede estar en la barrera hematoencefálica. Esta barrera es un conjunto de células y vasos sanguíneos que aíslan el sistema nervioso del resto del organismo y lo protegen del ataque de elementos nocivos como bacterias, virus o toxinas. Es posible que el virus de la COVID la dañe durante la fase aguda del proceso, permitiendo de este modo el paso de moléculas capaces de producir una reacción de toxicidad o de rechazo exagerado por parte de las defensas del cerebro. Otras posibilidades son la afectación directa del cerebro por restos virales acantonados y que escapan al control de los sistemas de vigilancia del organismo. Se está investigando muy activamente en encontrar biomarcadores que ayuden a comprender los mecanismos de la COVID persistente y a identificar dianas terapéuticas específicas. Los estudios neuropsicológicos, los análisis de sangre y líquido cefalorraquídeo y las resonancias magnéticas de última generación pueden aportar datos de gran ayuda.

Se estima que unas 5.000 personas lo padecen en España. Su calidad de vida se ve muy alterada, suponiendo claras limitaciones en su actividad laboral, familiar y personal. ¿Qué se puede hacer hasta que estas investigaciones den sus frutos? En primer lugar, asumir la existencia del síndrome y mostrar empatía y comprensión con quien lo sufre. A la vez se debe intentar mejorar aquellos síntomas que más molestan e incapacitan mediante tratamientos integrales a base de fármacos, fisioterapia, psicoterapia u otras medidas que pudieran ser de alivio. Entre los fármacos que han mostrado cierta eficacia en casos individuales (esta observación hay que tomarla con cautela por la falta de estudios bien controlados) están los analgésicos no opiáceos, antidepresivos, ansiolíticoa y algunos medicamentos empleados en el parkinson y en la epilepsia. ¿Y la

vacuna? Podría deducirse que los síntomas empeorarían al volver a contactar con el virus. Y sin embargo, y aunque también aquí debe reinar la prudencia, se han descrito algunos casos en los que los síntomas mejoran mucho tras la vacunación. Es una puerta a la esperanza y, por si hubiera pocas, una razón más para vacunarse.